Marduk en Bula: la guerra volvió al infierno porteño
Pasaron treinta y cinco años desde que Marduk empezó a escupir blasfemia en el mundo, y nada parece haberlos ablandado. Este sábado 1 de noviembre, el Club Cultural Bula fue el lugar elegido para una misa negra monumental. Buenos Aires se vistió de guerra, y los suecos vinieron a recordarnos por qué siguen siendo una de las fuerzas más brutales del Black Metal mundial.
Desde temprano, el ambiente ya era una mezcla de olor a cerveza, cuero y ansiedad. A las ocho en punto, Psicosfera prendió fuego el escenario con su Black Metal experimental, oscuro y envolvente. Con una puesta escénica impecable y un sonido aplastante, demostraron que el under argentino puede pararse cara a cara con cualquier banda europea. No solo calentaron el ambiente: lo transformaron en una especie de trance colectivo antes de la tormenta.
Y entonces, a las nueve y monedas, Marduk apareció. No hubo presentación, solo la guerra. El arranque con “Panzer Division Marduk” fue una trompada en la cara. El pogo explotó al instante y el lugar se volvió una trinchera. Siguieron “Baptism by Fire”, “Christraping Black Metal”, “Scorched Earth”, “Beast of Prey”, “Blooddawn”, “502” y “Fistfucking God’s Planet”. Todo el disco entero, sin piedad, sin pausas, como una ofensiva militar a máxima velocidad.
Lo que vino después fue una seguidilla de clásicos que repasaron diferentes épocas del grupo. “Those of the Unlight”, “With Satan and Victorious Weapons”, “Slay the Nazarene”, “Shovel Beats Scepter”, “The Black Tormentor of Satan”… cada tema era una granada lanzada directo al público. No había tregua: el sonido era infernal, el humo no te dejaba ver a dos metros y el calor era insoportable. Pero nadie se movía. Nadie quería perderse ni un segundo de esa pesadilla gloriosa.
El cierre fue apocalíptico. “The Blond Beast” y “Wolves” terminaron de destrozar todo. Gritos, brazos en alto, y la sensación de haber sobrevivido a algo que te pasa por encima como un tanque. Marduk no vino a saludar; vino a arrasar.
Cuando las luces se encendieron y la banda desapareció, Bula seguía retumbando. La gente salió con una sonrisa, con el cuerpo molido y el alma prendida fuego. Treinta y cinco años después, los suecos siguen demostrando que el Black Metal no se canta: se impone como una maldición.
Agradecemos a Noiseground
PH: DeeDee.Eff









