Exodus celebró cuatro décadas de “Bonded by Blood” con una noche salvaje en Flores
El thrash nació en la Bahía de San Francisco, pero anoche volvió a sangrar en Buenos Aires.
A cuarenta años de “Bonded by Blood”, ese debut que encendió la mecha de un movimiento mundial, EXODUS desembarcó en El Teatro Flores con una misión clara: rendir tributo al origen, destruir todo a su paso y recordarle al mundo que el thrash no envejece. Se oxida, se endurece… y vuelve más letal.
Lázaro, la nueva criatura del histórico Jorge Moreno, se presentó por primera vez en la capital. A pocos meses de la disolución de Serpentor, Moreno regresó con una formación que mantiene la esencia de su legado: riffs veloces, líricas filosas y actitud de guerra. El grupo demostró que el espíritu del thrash argentino sigue intacto, pero ahora con una renovada furia callejera.
Canciones que aún suenan frescas pero con ADN clásico marcaron el pulso de un inicio poderoso, con un sonido ajustado y una entrega que fue creciendo tema tras tema.
Luego fue el turno de Tungsteno, una de las bandas más sólidas del underground nacional.
Con una puesta simple y una energía arrolladora, el cuarteto convirtió el teatro en un campo de batalla.
Desde “Speed Metal” hasta “Escuadrón del Thrash”, pasando por “Régimen de Violencia” y “Te-Thrash”, el público respondió con pogos, cantos y puños en alto. Tungsteno no dejó dudas: es una de las pocas agrupaciones que mantiene vivo el espíritu ochentoso sin sonar vieja, y su conexión con la gente fue inmediata.
A las 21:25, la oscuridad tomó el recinto.
Una cinta con la voz de Paul Baloff —el recordado cantante original de Exodus— sonó desde los parlantes, desatando una mezcla de respeto y adrenalina.
En cuestión de segundos, el rugido de “Bonded by Blood” hizo estallar todo.
Lo que siguió fue una clase magistral de violencia sonora.
“Exodus”, “And Then There Were None”, “A Lesson in Violence”, “Metal Command”… el álbum sonó completo, feroz, sin respiro.
Detrás, una enorme bandera con la tapa del disco dominaba la escena, flanqueada por dos pantallas donde la portada se fundía con los colores argentinos. Un gesto simbólico: el thrash también es parte de nuestra identidad.
Rob Dukes volvió al frente con la autoridad de quien nunca se fue. Su voz, su presencia y su conexión con el público fueron demoledoras.
A su lado, Gary Holt, el arquitecto eterno del sonido Exodus, mostró por qué su guitarra es sinónimo de thrash: riffs cortantes, actitud inquebrantable y precisión quirúrgica.
Por una emergencia familiar, el bajista Jack Gibson fue reemplazado por Kragen Lum (Heathen), quien ya había ocupado el lugar de Holt en giras pasadas. Su desempeño fue impecable: técnica, solidez y una energía que se sintió desde la primera nota.
El repaso continuó con “Deathamphetamine”, “Blacklist”, “Fabulous Disaster” y “Brain Dead”.
Cuando llegó “Deliver Us to Evil”, Rob dedicó unas palabras a Baloff antes de lanzarse con “Piranha”, uno de los momentos más intensos de la noche.
El cierre fue una fiesta del caos: el público coreó durante minutos “Olé, olé, olé” antes del bis, y Exodus respondió con un combo letal. Un amague con “Raining Blood” y “Motorbreath” desató carcajadas y gritos, y luego “The Toxic Waltz” prendió fuego al lugar.
El final, como debía ser, llegó con “Strike of the Beast”. Rob ordenó un muro de la muerte y el teatro se partió en dos. Golpes, empujones, risas, y un sentimiento unánime: esto es el thrash, y nadie lo hace como ellos.
Cuarenta años después, Exodus no vive de nostalgia: vive del impacto y anoche, en Flores, ese impacto fue devastador.
El thrash nació en la Bahía de San Francisco, pero renació en Buenos Aires.
Agradecemos a Icarus Music y Marcela Scorca.
PH: Gonzalo Soutric.